Y volvió a suceder… Las citas han sido dos viernes seguidos y como siempre, nada se
cuestiona ni discute, sólo follamos con el ímpetu de quién cree que este es el último polvo, la última vez, aun sabiendo que no es así.
Se ofrece y me
hace entregarme porque no puedo negar que me enloquece verlo llegar así. Nos quitamos la ropa en un minuto,
no estamos cachondos, estamos en un nivel superior. Estoy tan puta que cada
roce me estremece, las hormonas bailan al son de sus dedos.
Me mojo más cuando
me mira. Se me endurecen los pezones cuando lo veo así de cachondo.
Tiene su morbo no conversar, ni decir
mucho y solo interpretar el mensaje del cuerpo, para terminar en un orgasmo intenso,
pero sobre todo, largo, que contradice la prisa que hemos invertido en saciar
nuestros cuerpos.
Nos quedamos exhaustos en la cama y me
mira buscando en mi rostro la confirmación de que me ha gustado tanto como a él.
Y la encuentra, por mis mejillas enrojecidas, mis ojos vidriosos, mi pelo
desordenado, me boca hinchada y mi sonrisa son la mejor prueba de ello.